24 horas en Urueña, villa de piedra y libros

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La provincia de Valladolid es la Castilla llana e infinita. La de los horizontes siempre lineales y los labrantíos sin fin. Es la Tierra de Campos, o más bien —como escribió Jesús Torbado— la tierra de cielos, porque aquí hay unos cielos explosivos, inabarcables y diáfanos que enamoran y ayudan a ensanchar el ánimo. Pero es también una gran desconocida, aunque esté llena de sorpresas.
Una de esas sorpresas es Urueña, una villa amurallada de apenas 200 habitantes que cuenta con 10 librerías. ¿Cuál es el milagro? Pues que Urueña es una de las dos localidades españolas adherida a la red europea de Villas del Libro, y ha hecho de la letra impresa su marca de identidad turística. El perímetro de su muralla medieval acoge una inusitada concentración de homenajes a la cultura en papel. Las hay dedicadas al libro infantil, especializadas en cine, librerías de viejo, generalistas… además de un museo del cuento y una librería-enoteca.
Otra de las cosas que sorprenden de estos pequeños pueblos diseminados por la gran llanura vallisoletana es que atesoran casi más patrimonio monumental que habitantes. Es el caso de Curiel de Duero: el censo de población declara solo 120 almas, pero el listado de patrimonio se compone de dos castillos imponentes (uno de ellos reconvertido en hotel); dos iglesias igual de soberbias, una de ellas, la de Santa María, con un maravilloso artesonado mudéjar recientemente restaurado, además de un pequeño museo que recrea una escuela de la postguerra. ¡Un catálogo que ya lo quisieran para sí localidades mucho mayores! En las cercanas bodegas Comenge organizan visitas a sus instalaciones y paseos en calesa por los viñedos.


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Paseo por los viñedos de las bodegas Comenge, en Curiel de Duero. Gonzalo Azumendi

En Tiedra, otro pueblo minúsculo, pero con otro castillo imponente, un particular ha montado un centro astronómico dotado de un planetario digital y telescopios para observar en directo el sol, los planetas, las nebulosas y las galaxias.
Una soberbia construcción
Lo de los castillos desmesurados es otra de las señas de identidad del campo vallisoletano. No hay pueblo sobre el que no destaque un torreón almenado. Por algo esto se llama Castilla. Uno de los más impresionantes es el de Peñafiel, el más famoso y visitado de todos. Su soberbia red de almenas rodeando una torre del homenaje es la estampa más fotogénica de esta villa, sede además de algunas de las bodegas más renombradas de Ribera del Duero. La importancia de la vid para Valladolid se explica muy bien en el Museo Provincial del Vino, que ocupa parte del castillo de Peñafiel, en el que además organizan catas y cursos abiertos al público.
Otro interesante museo dedicado a una materia prima es el Museo del Pan, en Mayorga. Fue una iniciativa de la Diputación de Valladolid para homenajear al humilde cereal, la riqueza de esta comarca llana e inabarcable que es la Tierra de Campos. Dicen que el pan de Mayorga es el mejor de la provincia, quizá por eso se instaló aquí este museo interactivo y muy didáctico en el que no solo se ve el proceso de cultivo del trigo y luego el de panificación, sino que también enseñan cómo hacerlo, poniendo al visitante manos a la masa para hornear su propio pan. Un sitio para ir con niños.

Guía
JAVIER BELLOSO
Dormir
Abadía Retuerta Le Domaine (
www.ledomaine.es). Hotel y spa de lujo en un viejo monasterio rodeado de viñedos.
Casa rural Campo y Lumbre (www.campoylumbre.es). Casona de labranza de 1812 en un pequeño pueblo. Muy agradable.
Visitas

Lo del cultivo del cereal en Valladolid viene de largo. Como poco, desde los romanos. Es lo que se deduce cuando se visita el Museo de las Villas Romanas Almenara-Puras, uno de los mejores yacimientos romanos de Castilla. En las cercanías de Almenara de Adaja se descubrió una villa palaciega rural de los siglos I a III después de Cristo. Estas instalaciones funcionaban como una factoría agropecuaria completa y eran importantes en todo el imperio pues no solo abastecían de grano, hortalizas y carne a las poblaciones locales, sino que con los impuestos que pagaban se mantenían las legiones que protegían los confines del imperio. Puede verse toda la planimetría de la hacienda, con suelos de mosaicos originales, restos de las instalaciones agropecuarias y recreaciones de algunos de los oficios. En el interesante museo anexo se explica la vida cotidiana en estos centro de producción agrícola. Junto a él se inauguró en 2007 una recreación de una villa rural romana.
Quien, tras tanto castillo y museo, busque algo más activo, debe ir hasta Medina de Rioseco. Allí está la dársena final del Canal de Castilla, una magna —y faraónica— obra de ingeniería civil que trató en pleno siglo XVIII de conectar las capitales castellanas con el puerto de Santander mediante canales navegables. Canales que por supuesto hubo que excavar a pico y pala. Se llegaron a abrir 207 kilómetros de cauces por las provincias de Palencia, Burgos y Valladolid, reconvertidos ahora en un excelente reclamo para el turismo activo. Desde el Centro de Turismo de Medina de Rioseco, en la misma dársena, organizan paseos guiados en canoa por el canal o en bicicleta por los caminos de sirga que lo acompañan; también alquilan bicis y canoas para quien quiera hacerlo por su cuenta. Desde allí parte también el barco de pasajeros movido por aspas que recorre el Canal de Castilla vallisoletano hasta la primera esclusa.
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