Aquellas grandes Finales del 93...

Aquellas grandes Finales del 93…

Escribo estas líneas aún dolido con la derrota de los Boston Celtics, mi equipo del alma. Y es que antes de hablaros de cuáles han sido las finales que más me han emocionado, que más recuerdo, quiero comentar con vosotros una cosa: generalmente, los séptimos partidos siempre los gana el equipo local; pero claro, Boston ya había perdido cinco encuentros en el TD Garden en casa, cinco, y la sexta derrota, después de haber conseguido empatar a tres la serie, se veía venir. Y dejadme deciros que si este partido se hubiera disputado en el viejo Boston Garden los Celtics no lo hubieran perdido. Los fantasmas de Bill Russell, Red Auerbach y Reggie Lewis, entre otros, lo hubieran impedido.

Pero vayamos con la historia. Cuando me preguntan qué finales a las que he asistido recuerdo con mayor placer tal vez debería responder la dos ganadas por Pau Gasol, o la primera de Michael Jordan, o la primera del dúo O’Neal-Bryant, o aquella maravillosa canasta de Jordan en Salt Lake City, The Shot,… tal vez; pero no. A mi entender, las mejores finales, las más frenéticas, las que arrastraban dos enormes nombres propios, dos competidores compulsivos, fueron las de 1993; Phoenix contra Chicago; Suns contra Bulls; Barkley contra Jordan… non va plus.

Los Suns llegaban a las finales pletóricos, como el mejor equipo de la fase regular y con el factor pista a favor. Por aquel entonces, el formato 2-3-2 beneficiaba, según comentaban los expertos, al equipo que iniciaba las series en casa.

Michael Jordan ante Kevin Johnson y sus Phoenix Suns, durante las Finales de 1993.

Propias

Yo nunca había estado en Phoenix en el umbral del verano; una ciudad en medio del desierto de Arizona. Recuerdo que el calor era asfixiante y que sólo algunos hispanos circulaban con viejos coches sin refrigeración sudando la gota gorda. Si que estuve unos meses antes, precisamente para realizar un reportaje del equipo al poco de iniciarse la temporada: Hablé con Paul Westphal, el entrenador, un buen tipo, con Barkley, naturalmente, con Dan Majerle, un jugador que me encantaba, y con Danny Ainge, a quien siempre lograba entrevistar comentándole que era un buen amigo de Steve Trumbo, que compartió con él la camiseta mormona de Brigham Young. Las expectativas eran muy grandes y se cumplieron rigurosamente hasta llegar a las Finales. El propietario, Jerry Colangelo -luego embajador de USA Basketball- me habló del love affair entre la ciudad y el equipo. Y era cierto: Phoenix estaba volcado con los Suns y el punto de reunión era el restaurante que Majerle tenia en el downtown, siempre abarrotado.

Pero amigos míos, los Bulls no perdían Finales como si fueran el Barça de basket, no; los Bulls las ganaban. Y se presentaron en el desierto y vencieron, por poco, pero vencieron, en los dos primeros partidos. La suerte parecía echada: Jordan y compañía sólo tenían que ganar dos de los tres partidos en el United para completar la serie con un 4 a 1 y conseguir el tercer anillo consecutivo. Pocos dudaban que esto iba a ser así. Pero entre estos pocos estaba Charles Barkley.

El tercer partido fue una sinfonía de baloncesto de los Suns en el vetusto Chicago Stadium. Jordan logró 44 puntos, pero el trío Majerle-Johnson-Barkley sumó 79. El resultado final, fascinante: 121-129. Tres días más tarde los Bulls establecían el 3 a 1 y todo parecía sentenciado, pero en el quinto los Suns recuperaron el factor pista con otra demostración del trio M-J-B que logró 74 puntos, por los 41 de Jordan: 98-108. Recuerdo la lucha de los periodistas en los pequeños vestuarios del Stadium, dónde nunca me dejé intimidar y siempre logré entrevistar a los mejores, y las palabras del Gordo: “And now we return to the Valley”. Como diciendo: “y allí, todo es posible”.



Y el sexto partido, amigos lectores, fue maravilloso. Y no fue Jordan, no, quien decidió el campeonato, fue un atrevido John Paxson, un jugador sobrio, solvente, el que sentenció las finales con un triple a tres segundos del final. Y al terminar del partido el público aplaudió; aplaudió a rabiar a los suyos y aplaudió deportivamente a los campeones; porque, amigos, aunque algún iluminado diga que la NBA tiene más marketing que calidad, es muy evidente que los mejores del mundo están en la liga profesional americana.

Y ya para terminar este agradable articulo, deciros que siempre estaré agradecido a mi profesión por haberme permitido vivir los ambientes de los viejos Boston Garden y Chicago Stadium. Y encontrarme allí con los fantasmas de los antiguos jugadores; todos amigos míos.




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