Birkin-Gainsbourg, terapia en familia

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Y ahí están, Jane y Charlotte, juntas en su casa en Bretaña junto al mar, paseando en la playa, desnudándose en conversaciones a ratos intrascendentes pero que por momentos, casi sin querer, se asoman a los abismos de la vida. Parecen viejas conocidas para el espectador.

La película, recién estrenada en Francia, se titula Jane par Charlotte, y es un documental en el que Charlotte Gainsbourg (Londres, 1971) entrevista a su madre, Jane Birkin (Londres, 1946). Charlotte también es la directora.

Las vemos durante unos meses en una gira de Jane Birkin por Japón o Nueva York, en Bretaña, en trenes de alta de velocidad, conversando en la cama con sábanas blancas u observando dolorosas grabaciones privadas en las que aparecen los muertos: Kate, Serge… Se dicen cosas que nunca se habrían atrevido a contarse sin una cámara observándolas.

Es una historia íntima, lo que se ve en Jane par Charlotte, una terapia entre madre e hija al descubierto. Porque los Birkin-Gainsbourg son una banda sonora en Francia desde los años sesenta, y mucho más que eso. Son iconos culturales, estrellas simultáneamente distantes y familiares, presencias cercanas y constantes desde hace medio siglo (en las pantallas, en los tocadiscos y auriculares, en las portadas de las revistas), como amigos o conocidos de toda la vida, una dinastía sofisticada y elegante, lo más parecido que el pop ha podido dar a la alta cultura. Los personajes fueron, y son, Serge Gainsbourg, compositor y músico, poeta y cantante, a veces actor; Jane Birkin, actriz y cantante; y la hija de ambos Charlotte, como su madre actriz y ocasionalmente cantante.

No han sido tiempos fáciles para Birkin. Por la sensación, que ella describe con franqueza, de mirarse en el espejo y ver que ya no es quien fue, la imagen del glamour y el estilo los sesenta y los setenta que saltó a la fama mundial con el mayor éxito erótico de la historia: Je t’aime… moi non plus, junto a Gainsbourg.

El “ictus ligero” que sufrió en agosto es un contratiempo más concreto y próximo, por fortuna superado tras cuatro meses de reposo: ahora ha estrenado la película y vuelve a los escenarios.

Hay heridas más profundas, imposibles de curar. Para Jane Birkin, la muerte de Kate, la mayor de sus tres hijas, hallada sin vida en la calle bajo el balcón abierto del apartamento donde residía en París el 11 de diciembre de 2013. Ese día Jane dejó de escribir para siempre en su diario en el que con fidelidad había registrado los vaivenes vitales desde que tenía once años y que se han publicado en dos volúmenes, Munkey Diaries y Post-scriptum.

En el epílogo de Post-scriptum, escribió: “Incapaz de continuar, ya no tenía derecho de expresarme en esta niebla al haber perdido toda confianza en mí en tanto que madre. Me eclipsé”.

Jane rompió en 2020 el silencio sobre la muerte de Kate en su último disco, el delicado Oh! Pardon, tu dormais…, compuesto junto al cantante Étienne Daho. En la canción Cigarettes dice: “Mi hija saltó por el aire / y la encontraron en el suelo / ¿Acaso abrió la ventana / para dejar salir el humo? / Cigarrillos (…),/ Quizá sea un accidente / verdaderamente tonto / ¿quién sabe?” No dice nada, pero lo dice todo.

En la película, Jane Birkin da vueltas y vueltas a lo que podría haber hecho para evitarlo, a sus errores como madre. Pero también es una mujer que sigue viviendo el momento a fondo y que sigue temblando de nervios cada vez que sube al escenario. Frágil y omnipotente a la vez.

El padre de Kate Barry era John Barry, compositor entre otras de las bandas sonoras de las primeras películas de James Bond. Fue el primer marido de Birkin. Después vino Gainsbourg, una relación que duró doce años y de la que nació Charlotte y discos geniales (Histoire de Melody Nelson, Ex-fan des sixties).

En los años ochenta, Jane y Serge tomaron rumbos distintos. Jane se unió al cineasta Jacques Doillon y tuvieron una hija, Lou, que hoy también hace cine y música. Serge mantuvo una relación duradera con la modelo Bambou. Siguió colaborando musicalmente con Jane y lanzó la carrera de Charlotte con títulos ambiguos y memorables como Lemon incest o Charlotte forever. Murió en 1991 a los 62 años. Por entonces ya era un clásico vivo, el genio celebrado por todos pero incómodo por sus provocaciones a veces alcohólicas y misóginas.

Jane recuerda en sus diarios que, de adolescente, Charlotte decía: “Quiero ser actriz como mi madre y borracho como mi padre”. Hoy en su rostro es inevitable ver el rostro del padre y es fácil imaginar, viendo el documental Jane par Charlotte, que Jane constantemente lo ve cuando la mira a ella, y sigue viendo en ella la niña rara y intimidante que veía décadas atrás.

Serge no está, pero está. Hay un momento del documental en que ambas entran en su casa en el 5 bis de la rue de Verneuil de París. Es como si penetrasen en un reino mágico, un espacio fuera del tiempo, un acuario o un yacimiento arqueológico.

Queda claro, de repente, quien es el protagonista de todo, o el otro protagonista, la sombra imborrable. Jane apunta: “Parece otra vida”. “Siempre he tenido la impresión de que podía volver”, dice Charlotte.


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