Corea del Norte vive un frenesí armamentístico con el lanzamiento de casi 70 misiles en 2022

Corea del Norte vive un frenesí armamentístico con el lanzamiento de casi 70 misiles en 2022

Corea del Norte entierra la versión más conciliadora que exhibió hace años. Kim Jong-un ha optado en los últimos meses por amenazar como nunca a sus enemigos, con el disparo este año de casi 70 misiles, más del doble que la suma de los lanzados durante las décadas que gobernaron su padre y su abuelo. Los focos sobre Ucrania y la protección en el Consejo de Seguridad de la ONU, que ahora sí le brindan Rusia y China, otorgan a Kim una sensación de impunidad que ha derivado en un frenesí sin parangón de ensayos armamentísticos y provocaciones a Corea del Sur, Japón y Estados Unidos. Pyongyang ha cerrado la puerta a cualquier negociación cercana con Washington y ha aprobado una legislación que convierte en “irreversible” su condición de Estado nuclear.

Los programas armamentísticos norcoreanos siempre están rodeados de incógnitas. La nula transparencia y las exageraciones de la propaganda siembran dudas en torno a la eficacia de sus misiles, pero los analistas coinciden en que el régimen comunista ya ha exhibido de forma irrefutable su capacidad de alcanzar cualquier punto del territorio estadounidense con sus misiles balísticos intercontinentales. Tras varios lustros en los que el aliento nuclear de Pyongyang se sentía sobre todo en Corea del Sur y Japón, y que posteriormente llegó a la isla estadounidense de Guam, las Fuerzas Armadas norcoreanas han ensayado este año con un misil de gigantescas proporciones que muchos analistas apodan El Monstruo (Hwasong-17), con capacidad de impactar en casi cualquier zona del planeta.

El 2 de noviembre, durante unas maniobras militares a gran escala de sus rivales, Pyongyang disparó 25 misiles —la misma cifra que la del anterior récord anual— y uno de ellos sobrevoló la frontera marítima de facto entre las dos Coreas. Además, lanzó centenares de piezas de artillería al mar. “Corea del Norte siempre responde a las maniobras con lanzamientos de misiles de corto alance”, comenta Jenny Town, directora de North38, un portal estadounidense que rastrea las acciones del ejército norcoreano. “Pero lo de este mes ha sido de una magnitud que no se había visto nunca”, agrega la investigadora.

La actividad militar en la región de sus enemigos también va en aumento. Por una parte, responde a la actitud provocadora y amenazante de Kim, pero también a los cambios de Gobierno de estos dos últimos años en Washington y Seúl. Las maniobras recientes de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón han sido las mayores jamás realizadas en la zona y las primeras desde 2017, tras una etapa en la que los ensayos anuales se cancelaron sucesivamente, primero por decisión del expresidente surcoreano Moon Jae-in y después por la pandemia de coronavirus. La respuesta de Seúl a algunas provocaciones de Pyongyang también ha sido más contundente de lo habitual: a principios de noviembre, tres aviones de combate surcoreanos dispararon misiles aire-tierra en aguas cercanas a la costa norcoreana. Town recalca que casi toda la región está envuelta en una carrera armamentística, que la situación es “impredecible” y que hay un elevado riesgo de que un accidente derive en un enfrentamiento.

Los misiles intercontinentales de este año han sido los primeros con los que ha ensayado el régimen norcoreano desde 2017. El Hwasong-15 que Pyongyang disparó hace justo cinco años ya mostró alcance suficiente para impactar en Estados Unidos, pero los lanzamientos de estos últimos meses han despejado las dudas que pudieran quedar relativas a la distancia que son capaces de recorrer, no así las que sigue habiendo en torno a la precisión o a la carga nuclear que pueden transportar. Además de los proyectiles que pueden cruzar más de 10.000 kilómetros, el país asiático también ha probado este año decenas de cohetes de alcance corto e intermedio, un recordatorio de los distintos programas armamentísticos en desarrollo —enfocados en objetivos surcoreanos, japoneses o estadounidenses—.

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Un buen resumen de la volátil situación, vista desde el prisma de Pyongyang, puede hallarse en el comunicado emitido el 24 de noviembre por Kim Yo-jong, hermana menor de Kim Jong-un. “Si creen que con las sanciones pueden salir de la peligrosa situación actual, deben ser realmente idiotas”, afirmó sobre la propuesta surcoreana de imponer una nueva ronda de castigos a Corea del Norte por sus ensayos balísticos. Desde 2006, la dictadura norcoreana tiene prohibido realizar ensayos nucleares o de misiles balísticos. Sus constantes violaciones del veto han repercutido en innumerables sanciones, las últimas en 2017. Ahora, el panorama es bien distinto. En verano, tanto Rusia como China bloquearon cualquier intento de Estados Unidos de ampliar la lista de sanciones.

En su comunicado, Kim Yo-jong justificó las pruebas misilísticas del régimen como “legítima defensa” frente a las maniobras de los aliados en la zona; calificó a Seúl de “perro faldero” y “títere de EE UU”, y expresó nostalgia por los viejos tiempos, cuando el expresidente Moon posibilitó un acercamiento. Ella fue quien realizó en 2018 el primer viaje de un miembro de la dinastía Kim al Sur. “Las desesperadas sanciones y presiones de EE UU y sus títeres surcoreanos”, advierte, solo “echarán más leña al fuego de la hostilidad y la ira” y serán la “soga” que finalmente acabe con sus enemigos.

Adiós al acercamiento de Trump y Kim

Kim Yo-jong suele ejercer el papel de lugarteniente de su hermano, siempre un paso por detrás. Recogió, por ejemplo, la colilla que el Brillante Camarada tiró al suelo de camino a Hanói (Vietnam), para evitar que su rastro de ADN pudiera caer en manos enemigas. Era febrero de 2019 e iban de camino al segundo cara a cara entre Kim y el entonces presidente estadounidense, Donald Trump. Eran otros tiempos: la era aparentemente esperanzadora en la que se forjó en gran medida la enfangada situación presente. El acercamiento entre el magnate rubio y el dictador de tupé —que poco más de un año antes se habían insultado mutuamente con términos como “hombre cohete” y “viejo chocho”— pretendía la desnuclearización del régimen norcoreano a cambio de la retirada de sanciones sobre el país. No funcionó. Tras un vibrante flechazo inicial —”Kim y yo nos enamoramos”, llegó a afirmar Trump— no hubo entendimiento; tampoco había posibilidades reales: el séquito norcoreano estaba dispuesto a ofrecer muy pocas concesiones, mientras que la delegación estadounidense no iba a firmar nada que no fuera una plena desnuclearización. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca en 2021, el problema coreano pasó a un segundo plano; y la escuela preponderante en Pyongyang parece ser la de que negociar con Estados Unidos ofrece ahora mucho menos que arrimarse a Rusia y China.

Los servicios de espionaje de Washington y Seúl temen que la agitación norcoreana sea el preámbulo de un nuevo ensayo atómico, el primero desde 2017 y el séptimo de su historia —los únicos del siglo XXI en todo el planeta—. Joe Byrne, investigador de la casa de análisis británica Royal United Services Institute (RUSI), explica que las imágenes satelitales muestran que en los últimos meses ha habido bastante actividad en el centro de pruebas nucleares de Punggye-ri, donde se han realizado todos los ensayos anteriores. “Los gobiernos de EE UU y Corea del Sur han anunciado que los preparativos norcoreanos ya han concluido. Básicamente, ya es una decisión política que depende de una sola persona”, sostiene Byrne. En septiembre, Pyongyang apretó un poco más la rosca de la amenaza atómica al aprobar una legislación que flexibiliza su doctrina nuclear y permite llevar a cabo ataques preventivos.

Los ensayos también les permiten corregir imperfecciones de sus artefactos. Ramón Pacheco Pardo, profesor titular del King’s College de Londres y titular de la cátedra KF-VUB Corea de la Universidad Libre de Bruselas, cree que Pyongyang busca aprovechar la “ventana” del turbulento contexto internacional, contaminado por la invasión rusa de Ucrania y las diferencias entre Washington y Pekín, para desarrollar su “tecnología y sus capacidades”. “Ahora mismo”, afirma, “ni China ni Rusia van a aceptar ningún tipo de sanción [en el Consejo de Seguridad de la ONU], por muchos ensayos de misiles balísticos que hagan o incluso si decidieran hacer el ensayo nuclear”.

El programa nuclear norcoreano también es de algún modo el escudo que protege a la familia Kim. Un aviso constante a la adoctrinada ciudadanía de que sus principales amenazas no son la escasez y el riesgo permanente de hambruna, sino las del “imperialismo” que llegan desde el otro lado del Pacífico. Por eso no es raro que durante el último lanzamiento, inmortalizado al detalle por la propaganda, aparezca el líder supremo junto a diferentes miembros del clan, entre ellos una de sus hijas, la mediana, que hizo su primera aparición pública, según interpreta la inteligencia surcoreana. “Es como si dijera: ‘No soy solo yo, sino mi familia, quienes siempre os vamos a estar protegiendo de cualquier posible invasión”, concluye Pacheco Pardo. Cada cohete conforma un mensaje político que Kim puede vender a nivel interno mientras el país atraviesa una situación paupérrima, aislado por las sanciones y la pandemia y tras unos años en los que se han sucedido las catástrofes naturales (tifones, sequía, inundaciones). Clara prueba de ello es que hace unas semanas disparó un misil intercontinental desde una lanzadera móvil a escasos kilómetros de la capital norcoreana, deslumbrando a cientos de miles de residentes.

Intereses cruzados con Moscú

La actual sintonía entre Pyongyang y Moscú es el reflejo de intereses cruzados en un mundo partido. Sus relaciones se encuentran en uno de los mejores momentos de su historia, aunque han vivido épocas muy buenas durante la Guerra Fría —el programa nuclear norcoreano nació fruto de esa cooperación—. El presidente ruso, Vladímir Putin, y Kim se reunieron por primera vez en Vladivostok en 2019, poco antes de que descarrilara el acercamiento con Trump. Las recientes tensiones tras la invasión de Ucrania han avivado las ascuas de esa amistad. En julio, Corea del Norte reconoció la independencia de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, un paso que solo habían dado Rusia y Siria. En agosto, Putin envió una carta a Kim en la que subrayaba la intención de ampliar sus relaciones “integrales y constructivas”. En septiembre, la inteligencia estadounidense afirmó que Rusia se encontraba en proceso de comprar cohetes y millones de piezas de artillería de Pyongyang para utilizarlos en Ucrania. Y en octubre, el norcoreano felicitó a Putin por su 70º cumpleaños con una carta en la que alababa su visión como estadista: “Con su enérgica actividad”, le escribió, “ha conseguido usted logros notables en la consecución del gran objetivo estratégico de construir una Rusia poderosa”.

Kim y Putin, en abril de 2019 en la ciudad rusa de Vladivostok.Alexander Zemlianichenko (AP)

Mientras, Pekín —otro de los vértices clave en este complejo poliedro geopolítico— prosigue con su calculada equidistancia escorada hacia Corea del Norte. China supone el gran soporte vital del régimen de Kim, es responsable del 90% del comercio con este país, y hace notar que cualquier solución requiere su visto bueno. Corea del Norte es, a ojos de la segunda potencia del planeta, un cojín que amortigua la presencia estadounidense en su patio trasero. China “tolera y mantiene” a Pyongyang “como aliado no porque la vea realmente como un socio fraternal, sino porque detesta la idea de una Corea unificada bajo el Gobierno de Seúl, donde esta última sigue manteniendo una alianza con Washington, y las fuerzas estadounidenses podrían llegar hasta la frontera”, reflexiona el profesor Nah Liang Tuang, investigador del S. Rajaratnam School of International Studies de Singapur.

La posición de Pekín ante la escalada se parece mucho al equilibrio escorado hacia Rusia que a menudo expresa sobre la guerra en Ucrania. Tras el lanzamiento a principios de noviembre de más de una veintena de misiles norcoreanos en menos de 24 horas, una portavoz del Ministerio de Exteriores de China pidió “abordar las preocupaciones de unos y otros de forma equilibrada mediante el diálogo y las consultas”. Tras el disparo del poderoso Hwasong-17, el diario oficialista chino Global Times daba voz al analista Lü Chao, de la Academia de Ciencias Sociales de Liaoning, para ofrecer contexto con aderezo de Pekín. “La comunidad internacional debe saber también que la razón fundamental de la actual tensión es la creciente presión de Estados Unidos sobre Corea del Norte”, aseguraba.

Kim Jong-un y supuestamente su hija mediana saludaban a un grupo de científicos que trabajan en el programa de misiles, en una fotografía sin fechar difundida el 27 de noviembre por el régimen norcoreano.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

La amenaza de Corea del Norte a sus vecinos al sur del paralelo 38 no se limita a su capacidad nuclear. Su armamento convencional mantiene en jaque a parte del territorio surcoreano, incluida Seúl, situada a menos de 50 kilómetros de la Zona Desmilitarizada. Algunos analistas creen que Pyongyang trata de lograr que el compromiso de Estados Unidos con Corea del Sur y Japón flaquee ante la perspectiva de un posible ataque nuclear contra su territorio. Trump ya dio múltiples muestras durante su mandato de su escaso interés en proteger a sus aliados tradicionales. Un sondeo reciente de un organismo público indica que más de la mitad de los habitantes surcoreanos creen que el país debería desarrollar su propio programa nuclear, mientras que una encuesta de una televisión japonesa señala que la mayoría de los nipones opinan que como mínimo se debería debatir la posibilidad de albergar armas nucleares estadounidenses en su territorio.

El 27 de noviembre, Kim afirmó que su país aspira a contar con la fuerza nuclear más poderosa del mundo, y ascendió a más de 100 funcionarios y científicos por su trabajo en el desarrollo de El Monstruo. El líder norcoreano tiene claro que por el momento no va a volver a contar con los cientos de millones de dólares que distintos gobiernos estadounidenses entregaron a Pyongyang en el pasado a cambio de sus falsas promesas de desnuclearización. Ha decidido apostar el futuro de su régimen a la protección que le brindan su programa atómico y las dos gigantescas potencias con las que comparte frontera.

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