Qué paradoja que el debate sobre la OTAN se reabra en España justo cuando se van a cumplir 40 años de nuestra entrada en la organización. Se reabre, de aquella manera, pues los argumentos que pretenden ampararse en el “no a la guerra” no pasan de eslóganes ideológicos que retrotraen a tiempos pasados, y parecía que olvidados.

Es inevitable recordar el periplo entre el “OTAN, de entrada, no” y la llegada de Javier Solana a la secretaría general de la organización. En medio, un referendo en el que el PSOE no tuvo más remedio que aceptar que la modernidad y la normalización de la España democrática pasaban por permanecer en la estructura de seguridad occidental.

Aniversario aparte, estos días oirán hablar mucho de la OTAN, gracias a Rusia. El presidente Vladímir Putin pretende impedir, a base de movilizar efectivos militares, que su vecino pueda llegar a entrar en la Alianza ―cosa bastante poco probable, por cierto― y, de paso marcar el paso de la defensa de Occidente. Una polémica que viene de lejos y que responde a humillaciones pasadas, según él, y a juegos de poder en un mundo cambiante.

Este estado de alerta pilla a la OTAN en plena reflexión sobre su futuro. Además de la inestabilidad en el este de Europa, hay otras cuestiones tan trascendentales como su papel en medio de la competencia Estados Unidos-China, los riesgos cibernéticos, las amenazas no militares, como la guerra híbrida, cuánto aporta cada uno en dinero y en capacidades o la relación trasatlántica. Y aquí se enfrenta a otra encrucijada, sabiendo que Estados Unidos es vital, pero sin olvidar los ataques y el trauma que supuso la presidencia de Donald Trump.

Esa idea de futuro debe plasmarse en un nuevo Concepto Estratégico que se aprobará en Madrid a finales de junio. Sobre esto también oirán mucho en los próximos meses.

Además del desfile de mandatarios, es una oportunidad para poner a España en el foco internacional. También para abrir, sí, un debate serio en nuestro país sobre nuestra seguridad colectiva: la española y la de los socios atlánticos. Suele estar fuera del radar mediático, pero somos el quinto contribuyente en operaciones a la Alianza. Es la ocasión para seguir sosteniendo que en el siglo XXI la fuerza bruta no puede ser nunca el modo de conseguir los objetivos, pero que no basta con discursos buenistas para arropar los principios y valores de la democracia. Es el momento para defender una legalidad internacional que está siendo continuamente vulnerada, para demostrar que estamos a la altura de nuestros compromisos. Si eso pasa por reforzar nuestra presencia defensiva en los países fronterizos de la UE, que pase. Debería pasar también por empujar temas que nos afectan directamente, como la inestabilidad en el Mediterráneo Sur.

El aislacionismo no es hoy una salida posible y todo el que está en política lo sabe; de nada sirven las proclamas y los eslóganes vacíos.

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