El colesterol ‘bueno’ no es tan bueno

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Varios obesos pasean por una calle de Sidney (Australia).
Varios obesos pasean por una calle de Sidney (Australia).ASSOCIATED PRESS

Nunca es oro todo lo que reluce. Ni la vida de los influencers en Instagram ni las bonanzas de las lipoproteínas de alta densidad que discurren por los tejidos del cuerpo humano. Esas partículas, conocidas como HDL, son las transportistas del colesterol, una sustancia grasa necesaria para la vida, aunque peligrosa si se acumula en exceso en las arterias. Las HDL, sin embargo, gozan de muy buena fama y, de hecho, también se llaman colesterol bueno porque, a diferencia de las lipoproteínas de baja densidad (LDL o colesterol malo), capturan esta sustancia grasa depositada en las arterias y la trasladan al hígado, donde se elimina. Así, tener altas las HDL era una señal cardioprotectora, mientras que los niveles elevados de LDL implicaban un mayor riesgo de problemas de corazón —estas lipoproteínas llevan el colesterol a las células, pero son incapaces de transportar el excedente al hígado para su eliminación—. Sin embargo, una investigación del Hospital del Mar de Barcelona ha hecho tambalear las bondades de las HDL y ha concluido que el colesterol bueno no es tan bueno. O, al menos, no todo: solo un subgrupo, las partículas de HDL pequeñas, se asocian con una disminución del riesgo cardiovascular. Las partículas grandes de HDL, no.

“Teníamos muchos estudios que nos demostraban el riesgo de enfermedad coronaria: altos niveles de HDL disminuyen el riesgo y altos niveles de LDL, lo aumenta. Con respecto a la prevención, de hecho, tenemos varias familias de fármacos para disminuir el LDL y, al bajar estos niveles, se reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular”, explica el investigador del Hospital del Mar-IMIM, Roberto Elosua. La clave está en que el LDL no llega al hígado. “No es capaz de engancharse a los receptores hepáticos, no encaja y no puede liberar el colesterol en el hígado para eliminarlo”, concreta el experto. El colesterol se deposita en las paredes de las arterias y puede provocar ateroesclerosis: se acumula en el vaso sanguíneo y forma una especie de placas que estrechan las arterias y restringen el paso de la sangre.

Para los investigadores, el “Santo Grial”, como lo llama Elosua, era encontrar algún fármaco que aumentasen los niveles de colesterol bueno. “En los 2000 se fabricaron fármacos que casi multiplicaban por dos los niveles de HDL, pero se vio que no reducían el riesgo de enfermedad cardiovascular, sino que incluso aumentaba. Así que no se autorizó su uso y no llegaron a las farmacias”, relata Elosua. Pero el fracaso de esos fármacos fue el punto de partida para los investigadores del Hospital del Mar: empezaron a cuestionarse si realmente había una relación causal entre los niveles de HDL y la enfermedad coronaria.

“Y fuimos a la genética para analizar si esta relación era causal o no. Conocemos unas características genéticas, cambios en la posición de alguna letra en la secuencia del genoma, que hace que algunas personas tengan más HDL. Y pensamos: si yo tengo características genéticas que hacen que tenga más HDL que tú, yo debería tener también más protección cardiovascular”, explica. Pero esa premisa no se cumplía: “El HDL no causaba una disminución del riesgo de infarto”.

Lo que sí descubrieron, no obstante, es que la clave estaba en los subgrupos de HDL, que lo hay de partículas más pequeñas o partículas más grandes. Los expertos hallaron que aquellas características genéticas vinculadas a la creación de partículas grandes de colesterol bueno no eran tan favorables. De hecho, tenían una relación directa con un riesgo más grande de infarto. Sin embargo, las características genéticas asociadas a partículas pequeñas de colesterol bueno se relacionaban con un menor riesgo de infarto. “Las partículas pequeñas de HDL son más funcionales en el transporte reverso de colesterol, que es el traslado del colesterol al hígado para eliminarlo por las heces”, resume Elosua.

Este hallazgo todavía no tiene un impacto visible en la práctica clínica, pero abre una ventana de oportunidades. Para empezar, para investigar nuevos fármacos. “Si pudiésemos usar fármacos para modular la actividad de esos genes asociaciones a la creación de partículas pequeñas de HDL, podríamos aumentar sus niveles en el organismo”, apunta Elosua, y aumentar la protección cardiovascular. El investigador, que ha publicado su estudio en la revista Metabolism Clinical and Experimental, tampoco descarta que, en las analíticas tradicionales de sangre, se implemente de forma rutinaria la evaluación del HDL desglosado según el subgrupo de partículas para afinar mejor el riesgo cardiovascular real.

Por lo pronto, y a falta de fármacos y un control más exhaustivo del verdadero colesterol bueno, Elosua revela dos elementos que juegan a favor para aumentar los niveles del colesterol bueno, bueno: “la dieta mediterránea y el ejercicio físico”. Eso no falla.

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