Gobernar contra la España vacía

Varios ciudadanos hacen uso de un camión-oficina bancaria en Corpa (Madrid), en 2018.
Varios ciudadanos hacen uso de un camión-oficina bancaria en Corpa (Madrid), en 2018.VICTOR SAINZ

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Cerca de un millón y medio de españoles no tienen ya oficina bancaria ni cajero automático en sus municipios. Naturalmente, en la mayoría de ellos ya no quedan tampoco tiendas, ni bares, ni negocios de ninguna clase. El capitalismo dicta sus normas y las empresas privadas se establecen donde les conviene. El problema es que el Estado hace lo mismo, con lo que el abandono de esa España menguante es imparable.

El Gobierno español, por ejemplo, acaba de aprobar sendas inversiones de 1.700 y 1.600 millones respectivamente para la ampliación de los aeropuertos de Barcelona y Madrid. Sin duda son necesarias (más la del aeropuerto de Barcelona, pues junto a otras cesiones al Gobierno catalán garantiza la supervivencia del propio Gobierno español), pero no más que las que necesitan esas provincias y territorios que languidecen inexorablemente sin que nadie se acuerde de ellos. Es normal que así pase, pues a los gobiernos, sean del color que sean, lo que les preocupa es su supervivencia y no la de esos lugares que para nadie cuentan salvo para sus vecinos aunque a todos los políticos se les llene la boca de palabras de conmiseración y de promesas de cambiar las cosas. En la práctica, lo que los gobiernos hacen es favorecer a la España más rica en perjuicio de la pobre, pues al estar más poblada tiene más votos y por tanto más poder.

El título del último libro de Sergio del Molino, Contra la España vacía, describe a la perfección la forma de gobernar de los distintos gobiernos, ya sean de izquierdas o de derechas y ya sean centrales o autonómicos. Salvo excepciones, todos ellos buscan la máxima rentabilidad política y esa no se consigue en esas regiones, provincias o territorios que por su escasa población no pesan. Eso sí, todos se rasgan las vestiduras lamentando su situación de debilidad y atraso prometiendo corregirla en lo posible, pues la justicia social vende como idea. Aunque algún político no se corte al exponer su auténtico pensamiento, como la presidenta de Madrid, que opina que su región está donde está por méritos propios, no por ser la capital de España, y continuamente exige más dinero al Gobierno central para ella sin preocuparse por el resto del país o como el alcalde de Valladolid, que propugna públicamente y sin ponerse rojo que todo lo que el Estado invierte en Castilla y León debería invertirlo en Valladolid (la verdad es que poco falta para que así sea), pues para algo es la capital de la autonomía y la única ciudad competitiva de su entorno según él. Tampoco faltan periodistas que opinan igual que ellos, incluso algún columnista como el que proclamaba en este periódico recientemente que nunca se manifestaría “con separatistas, nadie que crea en territorios y no en el Estado democrático y ningún partidario de la España vaciada de España y rellena de pueblos, con lo indigestos que son”. ¿Qué le habrán hecho a él los pueblos?

En estos días muchas personas llenarán esa España vacía y por unas semanas dará la impresión de que la vida regresa a ella. Pero es una ficción. Cuando llegue septiembre todo volverá a su cauce y los distintos Gobiernos seguirán gobernando contra esos territorios por más que digan sus representantes. Los españoles podemos ser más o menos crédulos, pero los datos cantan y son muy claros: a más población más votos y a más votos más poder. Y contra eso no hay nada que hacer.


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