Irak se instala en la parálisis política al no lograr nombrar Gobierno y presidente

Irak se instala en la parálisis política al no lograr nombrar Gobierno y presidente

La exhibición de músculo del influyente clérigo chií Muqtada al Sadr el pasado miércoles ha sido la prueba más visible de la crisis política que atraviesa Irak. Ese día, irrumpieron cientos de sus seguidores en la blindada zona del centro de Bagdad que aloja las principales instituciones del Estado y asaltaron el Parlamento en protesta por la propuesta de primer ministro del bloque rival.

Tras el asalto, el primer ministro iraquí en funciones, Mustafa Al Kadhimi, exigió a los manifestantes a través de un mensaje difundido en las redes sociales que se retirasen “inmediatamente” del edificio. Para dejar claro que no se trataba sino de una teatralizada demostración de fuerza, los congregados solo lo hicieron cuando el propio Al Sadr les instó a ello. En un escrito que compartió en su perfil de Twitter, el clérigo aseguró que el mensaje del ingreso en el Parlamento ya había sido comprendido, que había “aterrorizado a los corruptos”, y que era el momento de rezar y volver a casa sanos y salvos.

Un día más tarde, Al Kadhimi calificó el asalto de “un indicador preocupante para la estabilidad y la paz social” y pidió a todas las fuerzas políticas iraquíes que apuesten por el diálogo para abordar sus diferencias y “sacar al país del estancamiento político”. En un comunicado, el primer ministro en funciones llamó asimismo a todas las partes a entender la situación “crítica y delicada” en la que se encuentra Irak y a trabajar para “evitar que el país se sumerja en una crisis social o de seguridad”.

Irak está batiendo un nuevo récord de parálisis postelectoral. Ha sido incapaz de formar Gobierno casi 10 meses después de las últimas elecciones. El estancamiento político impide la adopción de las reformas estructurales que necesita el país. Los presupuestos para este año no se han podido aprobar y la profunda crisis económica se está haciendo todavía más aguda, pese a que el Estado obtiene ingresos récord por la venta de petróleo.

Aunque el camino para elegir presidente y nombrar un nuevo Ejecutivo ya había demostrado ser largo tras comicios anteriores, sobre todo debido al reparto de poder por líneas sectarias que sigue el país, en esta ocasión sigue sin vislumbrarse el final, pese a que han pasado ya casi 300 días. La crisis política se explica por las crecientes divisiones internas que atraviesan los bloques. Según la partición informal del pastel, el puesto de primer ministro lo ocupa un chií (la mayoría de iraquíes profesan esta rama del islam); la presidencia, un kurdo; y la presidencia del Parlamento, un suní.

En el último proceso electoral fue Sairún (Caminantes), la disciplinada formación dirigida desde la sombra por Al Sadr, la que consiguió hacerse con el mayor número de escaños: 73 de los 329. Pero no son suficientes para formar Gobierno sin sus principales rivales chiíes, la mayoría alineados con Irán. Las elecciones, las quintas desde la invasión estadounidense de 2003, estuvieron marcadas por una apatía generalizada. La participación superó por poco el 40%. Su celebración se adelantó en respuesta a una ola de protestas sin precedentes, en octubre de 2019, que suponía una enmienda a la totalidad del régimen político, al que se atribuían la corrupción, la falta de trabajo, los servicios públicos deficientes y las injerencias extranjeras.

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Incapaz de formar un nuevo Ejecutivo, el populista Al Sadr ―que combatió a las tropas de Estados Unidos tras la invasión― optó el pasado junio por dar un brusco vuelco al tablero político y ordenó a los diputados de su formación que dimitieran en bloque. El movimiento allanó el camino para que la alianza más afín a Teherán pasara a ser la principal fuerza del hemiciclo. Nadie interpretó el gesto como un cheque en blanco, sino como una suerte de retirada táctica, de modo que si sus rivales decidían nombrar un candidato sin consenso no dudaría en movilizar a los suyos.

La sombra de Irán

La escalada se aceleró a principios de esta semana, cuando la alianza liderada por partidos más proiraníes y encabezada por el ex primer ministro Nuri Al Maliki propuso para nuevo jefe de Gobierno a un político de segunda fila, Mohamed al Sudani. El entorno de Al Sadr considera a este exministro de Trabajo y Asuntos Sociales un candidato débil a merced de Al Maliki y respaldado por Irán. Teherán mantiene una gran influencia en el proceso de negociación para formar Gobierno, a menudo a través del comandante de una poderosa rama de la Guardia Revolucionaria.

En este contexto, la irrupción de seguidores de Al Sadr en el Parlamento ha sido interpretada en gran medida como un mensaje a sus rivales políticos de que no va a quedarse de brazos cruzados si intentan designar a un primer ministro unilateralmente. Varios analistas han destacado además que el poderoso clérigo aprovechó para la movilización el fervor religioso que acompaña a la Ashura, la festividad en la que los chiíes recuerdan la muerte en la batalla de Kerbala en el año 680 del imám Husein, hijo de Alí y nieto de Mahoma. Este año, la Ashura cae a principios de agosto.

Además de las desavenencias dentro del bloque chií, la parálisis política que atraviesa Irak también viene provocada por la falta de acuerdo entre los kurdos. Las dos principales formaciones políticas kurdas del país están profundamente divididas y han sido incapaces de consensuar un candidato a presidente, que en condiciones normales sería quien luego propusiera nominalmente al primer ministro. Una de estas formaciones, la Unión Patriótica de Kurdistán, alega que ocupa el cargo desde 2003 y le sigue correspondiendo por cuota de poder, mientras que la otra, el Partido Democrático de Kurdistán, considera que tiene derecho a proponer a su candidato porque obtuvo más votos en los comicios de octubre.

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