La audiencia de las galas de premios se desploma en pandemia


La prensa especializada en cine y televisión se afana estos días a la hora de encontrar el adjetivo que califique con precisión el horizonte que se cierne sobre las entregas de premios televisadas. “Catastrófico” y “desastroso” son las opciones predilectas. El desplome de la audiencia de la gala de los Grammy, que el domingo pasado cayó un 53% respecto al año anterior para hacer de sus nueve millones de espectadores un nuevo mínimo histórico, ha disparado todas las alarmas entre las cadenas generalistas. Ni la presencia en carne y hueso de estrellas como Taylor Swift, Harry Styles o Dua Lipa consiguió captar la atención de un espectador que parece rehuir el glamour de la alfombra roja y la emoción genuina de los premiados en tiempos de zozobra pandémica. Una tendencia de récords negativos extensible a eventos como los Goya o los Globos de Oro, que han registrado este año el menor interés de su historia.

“El ambiente general ha afectado de una forma clara. El ánimo está muy tocado y hay mucha gente que no tiene humor para esto”, sostiene Raúl Díaz, guionista de premios como los Goya y que ha ejercido este año como director de la ceremonia de los Feroz. “Ha sido complicado porque una de las cosas que caracteriza a estos premios es el humor, pero el año no está para hacer sangre y bajamos la acidez de la gala. En los Goya, por ejemplo, eché en falta más comedia”, evoca sobre la gala presentada por Antonio Banderas y María Casado, dúo que apostó por un hilo conductor basado en la emoción y la solemnidad. Pese a los halagos unánimes de la crítica, la gran noche del cine español también se dejó por el camino más de un millón de espectadores en comparación con la edición de 2020, marcando su peor dato de audiencia en 15 años.

La práctica totalidad de las ceremonias televisadas el último año han cosechado cifras ostensiblemente inferiores a las logradas antes del azote de la crisis sanitaria, aunque las causas trascienden la pandemia. El listado incluye a los Emmy, los Video Music Awards o los Globos de Oro, que se han llevado la peor parte con la caída del 64% de su público. “El trauma que hemos vivido se refleja en que nos resulta más difícil pasárnoslo bien, somos más precavidos a la hora de festejar. Por otro lado, el saber que estas fiestas no van a tener el glamour que se espera de ellas hace que sean mucho menos atractivas”, afirma Jordi Sánchez, director de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya. Aunque la audiencia en la televisión generalista se encuentra inmersa en un descenso progresivo e implacable por la aparición de las redes sociales y las nuevas ventanas de contenido, el desplome es tal que hasta la propia NBC –que contrató los derechos de emisión de los Globos en 2018 por 50 millones de euros– ya especula sobre la posibilidad de “repensar el valor de la ceremonia”.

“Es un hecho sociológico que la ficción nos engancha hoy mucho más que la realidad. El auge de plataformas como Netflix, HBO o Movistar, que basan la mayor parte de su contenido en ficciones, ha potenciado este fenómeno”, defiende Paloma Díaz Soloaga, experta en Comunicación Audiovisual y doctora de la Universidad Complutense. En sus palabras, los más jóvenes prefieren prescindir de la emoción del directo, una cualidad que las generaciones anteriores sí ponían en valor. “Hacíamos porras, elegíamos nuestra favorita… Pero como ellos lo pueden ver luego en redes ya no comparten la emoción que teníamos nosotros de ver galas como los Oscar”.

Hasta la fecha, los diferentes responsables de las ceremonias han dejado constancia de su desorientación crónica a la hora de ampliar los perfiles de audiencia. Don Mischer, mítico productor de los Oscar y los Grammy, se sinceraba hace unos días en Bloomberg: “Me gustaría decir que daremos con la solución, pero no estoy seguro de que la haya”. Además de la falta de diversidad y la escasez de estrellas nativas de la generación Z, la apuesta por el cine de autor entre las películas nominadas (de Moonlight a Nomadland), o la extensa duración de la ceremonia, se antojan como obstáculos insalvables para un público acostumbrado a consumir vídeos de pocos segundos en TikTok o Instagram. Aplicaciones, además, en las que se topan a diario con el arsenal de caras conocidas que durante décadas solía ser el mejor reclamo de cualquiera de estos saraos: todos los ídolos en una misma sala.

Tampoco ayuda, como corrobora Raúl Díaz, la escasa promoción mediática de las candidatas o que las galas hayan apostado por convocatorias híbridas entre lo presencial y lo telemático –”estamos todos un poco hartos de las webcams y las videollamadas”–, acelerando el proceso de transición que experimenta el formato. “Las ceremonias están cambiando y ninguno tenemos muy claro hacia dónde ir. Cada uno hace su apuesta y eso acaba desconcertando al público”, añade el guionista, que se dice expectante ante la celebración el 25 de abril de unos premios Oscar que pueden suponer la estacada definitiva o un oasis de esperanza. Los antecedentes no son halagüeños: la edición de 2020 ya cosechó la peor audiencia desde que son televisados.

El principal motivo de preocupación para las cadenas es el propio espectador. Según publicó la revista Variety, en las últimas dos décadas la edad media del público de los Oscar o los Grammy ha envejecido de los 40 a los 50 años. Teniendo en cuenta que el estrato demográfico anhelado por los anunciantes publicitarios es el de los adultos de 18 a 49 años, el escaso atractivo comercial puede suponer la condena de muerte de los únicos eventos capaces históricamente de plantarle cara en la parrilla a las retransmisiones deportivas.

Pero un desplome tan acentuado no puede sino explicarse desde una tormenta de circunstancias que convergen en el insólito contexto pandémico. La más evidente es el cierre de las salas durante el último año, que provocó una retirada masiva de títulos en la cartelera y el consiguiente desconocimiento entre el público de aquellas obras que sí se estrenaron y ahora compiten por una estatuilla. “La temporada de premios llega siempre después de haber visto las películas y de una gran promoción. El público se posiciona, elige su actor favorito y se genera un sentido de competición que este año se ha perdido porque no las hemos visto”, se lamenta Jordi Sánchez.

Si existe todavía una posibilidad de esquivar el escenario fatalista solo queda aferrarse al lugar común y reinventarse. “La solución pasa por innovar con la fórmula, que sigue igual desde hace 50 años y ofrecer un valor añadido al espectador. Hacerlas más inmersivas, experienciales y creativas”, concluye Díaz-Soloaga. Para Sánchez, sin embargo, la reflexión debería ser incluso más profunda: “Los gremios que las organizan deben reconsiderarse primero a sí mismos. Es incomprensible que los Grammy sigan dando hoy el premio al mejor álbum cuando casi nadie los consume. Es un reto importante: analizar la naturaleza de la profesión, repensar su producto y saber que, por ejemplo, las galas tienen que incorporar ya a Youtube o Twich”.

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