La Cooperación Española se la juega ante la covid-19



Nunca habíamos necesitado tanto un sistema vigoroso de cooperación internacional. La Covid-19 no solo amenaza con revertir dos décadas de reducción lenta pero continuada de la pobreza, sino que el éxito mismo contra la pandemia depende de nuestra capacidad para consolidar la salud como un bien público global. En el camino, tenemos una oportunidad infrecuente de reconsiderar algunos de los fundamentos económicos y políticos que nos han traído hasta aquí.
Para la Cooperación Española este desafío es casi existencial. Una respuesta a la altura de las circunstancias fortalecería la influencia y el prestigio de nuestra presencia en el mundo. Por el contrario, una estrategia continuista podría dar la puntilla a un sistema castigado durante demasiados años.
De acuerdo con los planes desplegados por la ministra González Laya antes del verano, su equipo se dispone a batallar en tres frentes a lo largo de esta legislatura: presupuestario, normativo y político. En el primero prometen sacarnos de la caverna y alinear a España con la media de la UE, que en este momento está en el 0,46% de la RNB de sus Estados miembros. En el segundo, la titular de Exteriores ha cumplido con el ritual de sus antecesores y ha prometido una nueva ley de cooperación, que en este país es como prometer el AVE a Extremadura.
Cabe la posibilidad de que la caballería financiera europea llegue al rescate y permita incrementar los recursos de la ayuda en pleno cataclismo económico. Es posible, incluso, que una reforma legislativa consiga abrirse paso en el gallinero parlamentario. Pero cualquiera de estos dos objetivos, importantes como son, se quedará en un fogonazo si el Gobierno patina en su tercer desafío, que es político. El pecado original de la Cooperación Española no ha sido la desprotección económica o legislativa, sino su carácter perfectamente prescindible y ajeno al corazón de la acción exterior de nuestro país. Con la posible excepción del de Zapatero, los diferentes gobiernos españoles han tratado esta política como si fuese una obra de caridad pública que se hace si se puede y, si no se puede, pues no se hace. Un espacio autoreferencial, al que los funcionarios se resignan entre destinos relevantes y en el que la sociedad civil lleva hablándose a sí misma desde hace 25 años (los mismos que llevo yo publicando este artículo).
La crisis del coronavirus nos ha mostrado porqué esto es un error. En debates como el de la vacuna —que han exigido un esfuerzo extraordinario de captación de recursos, arquitectura institucional y coordinación internacional— los países que más han destacado han sido aquellos que han podido apoyarse en la experiencia, los recursos y las poderosas redes de influencia que proporciona la cooperación para el desarrollo. Francia, el Reino Unido, los nórdicos e incluso Alemania han sido capaces de establecer las reglas del juego y promover modelos basados en el interés común (que empieza, claro está, por el suyo propio). Toda la respuesta a la covid-19 ha sido concebida sobre estrategias complejas que van desde la innovación financiera a la reforma de los rígidos modelos de desarrollo farmacéutico, o la construcción de alianzas multisectoriales. La cooperación como una capacidad determinante en la promoción de la salud global; y la salud global como un presupuesto de la seguridad personal y financiera de nuestras sociedades. Hay mucho más que filantropía en este ejercicio.
Por eso el momento es ahora, no “cuando se pueda”. Todo lo que la ministra González Laya y su equipo vayan a hacer en este sentido se definirá en los próximos seis meses, con la aprobación de los presupuestos, la participación de España en la estrategia anticovid y la redacción del nuevo Plan Director cuatrienal de la Cooperación. Se definirá en la capacidad de incorporar estos mensajes a la narrativa medular del Gobierno y del presidente. En la propuesta política de España frente a los aislacionistas dentro y fuera de Europa.
En el año 2020, las políticas de desarrollo son lentes que proporcionan una determinada concepción del mundo. Nuestro país debe decidir si quiere contribuir a ella o permanecer en la segunda división internacional.


Source link