La séptima final espera


Es probable que una cantidad considerable de aficionados se hayan levantado esta mañana diciendo por última vez que nunca han visto a la Real llegar a una final. El 4 de marzo de 2020 amanece como el día en que puede cambiar su vida txuri urdin. Para otros será como reconciliarse con júbilos deportivos de otra época. A los que menos llevan en este mundo habrá que recordárselo dentro de unos años cuando, como siempre, la Real vuelva por sus fueros para presentar la candidatura a un título. Como ahora.



La Real se monta esta mañana en el autobús que le puede conducir a la gloria. Una situación tan conocida como olvidada, la quimera de antes de ayer, la vida misma de hoy. La eterna aspiración de tocar hierro. La razón finita de los domingos, cuando ir al fútbol es religión, para todos los que siguen de cerca a la Real: verla siendo campeona. Esta noche es la primera final. En caso de conquistarla, la siguiente espera en La Cartuja el 18 de abril.

Clasificarse para la final de Sevilla se ha convertido en el objetivo irrenunciable, paralelo al sueño. Fundamentalmente porque está en la mano. El entusiasmo es máximo porque es el segundo suceso de esta índole en el Siglo XXI y la primera no se pareció en nada, con el Barcelona cortando las alas por su supremacía. Todo es diferente seis años más tarde. Si la Real resuelve con éxito la emboscada de Anduva, se meterá en la séptima final de su historia.

Con todos los recursos

El discurso conservador aplaza, hasta última hora de esta noche, todo lo que esté relacionado con la final de Sevilla. La primera meta es ganar la semifinal al Mirandés (Anduva, 21.00 horas), el impertinente equipo de Segunda que hará lo que esté en su mano para golpear la historia txuri urdin. Pensar en que será sencillo de antemano sería un error, pero omitir que la Real es favorita tampoco obedece al valor objetivo de la cita. Y esto no ha ocurrido muchas veces en la vida.

Entre otras razones, porque la entidad txuri urdin se ha metido en las semifinales de la Copa 16 veces desde que existe. Logró el billete para la final en menos de la mitad, en cinco ediciones, mientras que fue eliminada en las 11 restantes. El paraíso se abre de manera cíclica.

Seis finales en 111 años de existencia no son demasiadas, pero siempre hay un retorno. La Real nunca se va para siempre. Es lo mismo que presentarse a la candidatura de un título cada vez que un seguidor txuri urdin alcanza la mayoría de edad. Una vez cada 18 años y medio, la Real se clasifica para una final. La séptima está a la vuelta de la esquina. Si resulta que la noche de Miranda cumple con los deseos de toda Gipuzkoa, el club se aproximará al quinto título de su historia, considerando que le pertenece el primero que conquistó el Club Ciclista de San Sebastián, antes de la refundación de 1909. Dos Ligas y dos Copas adornas las vitrinas.

La oportunidad para el elenco de Imanol
Alguacil es única. Por de pronto, la Real llega a Anduva defendiendo el 2-1 de renta que se adjudicó en la ida. Es el sexto mejor equipo de Primera y el Mirandés no se despega de la mitad de tabla en Segunda. Las diferencias de categoría no engañan, por mucho que el fútbol sea a menudo impredecible.

El derecho a pensar en la primera final desde 1988 se refuerza con la potente estructura de esta Real, que viaja a Miranda de Ebro con todos sus recursos. Imanol se lleva a los 21 futbolistas que están disponibles. Sólo el capitán, Asier Illarramendi, se perderá la cita con seguridad. El entrenador ha confeccionado un equipo ganador, fiable, fresco, moderno y capaz de hacer posible la eterna aspiración del club: levantar un título. No es un sueño, es real. Con minúscula y mayúscula.


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