Macron estudia disolver asociaciones islamistas tras la decapitación de un profesor cerca de París


Todo ocurrió en poco tiempo: unas horas en las que un terrorista decapitó a un profesor que hablaba a sus alumnos de la libertad de expresión, y la entrada en vigor del toque de queda en París y en otras ocho grandes ciudades francesas. Al presidente Emmanuel Macron le habría gustado dedicar el otoño a sacar al país de la recesión. No fue posible. Ya sabía que el virus podía regresar y que las fracturas eran profundas. La realidad de la segunda ola de la pandemia y la amenaza del islamismo radical se han acabado por imponer. Hoy Francia es un país en tensión, y los franceses, un pueblo que busca protección.

Un fin de semana puede ofrecer una foto de un país: sus dudas y sus miedos; sus demonios y sus héroes. Y sus paradojas. Como explicaba este domingo el editorialista de Le Journal du dimanche, Francia se mueve estos días entre la unión nacional y la distancia social.

Hacia las cinco de la tarde del viernes, en el municipio de Conflans-Sainte-Honorine, cerca de París, un refugiado checheno de 18 años le cortó la cabeza al profesor de Historia y Geografía Samuel Paty. Siete horas después, a medianoche, el toque de queda —una medida que para algunos franceses evoca la ocupación nazi y la guerra de Argelia— entraba en vigor en París y en otras ocho grandes ciudades.

El domingo, en la manifestación en memoria de Samuel Paty, se superponían dos realidades. El estupor por un atentado que golpea al núcleo de la República: la escuela. Y, al mismo tiempo, un horario prudente, las tres de la tarde, con tiempo suficiente para volver a casa. El toque de queda estará vigente durante cuatro semanas —prorrogables otras dos más si el Parlamento lo autoriza— entre las nueve de la noche y las seis de la mañana.

Macron abre un nuevo capítulo en su presidencia. La decisión de encerrar cada noche a casi 20 millones de franceses —los que residen en las ciudades afectadas— después del confinamiento total de la primavera era la constatación de un fracaso. La estrategia de los test y el rastreo no ha funcionado. Después de un verano en el que muchos bajaron la guardia, el repunte de la pandemia pone en cuestión la gestión de la desescalada o desconfinamiento, que dirigió el actual primer ministro, Jean Castex.

Macron abogaba entonces, en las discusiones internas del Gobierno, por no descuidar la economía ni la cohesión social, frente a la cautela de quienes defendían seguir al pie de la letra el consejo de los científicos. Al decretar ahora el toque de queda —en realidad, un confinamiento nocturno—, asume la necesidad de un equilibrio. El trabajo continuará; la diversión, no. El toque de queda debe terminar como máximo el 1 de diciembre, a tiempo para las compras navideñas y con la esperanza de que, por entonces, la segunda ola esté bajo control y las familias y amigos puedan celebrar las fiestas con tranquilidad.

Macron también ha captado que los franceses no son hostiles por principio a nuevos confinamientos mientras la sólida red de protección social y el músculo económico del Estado esté firme y en pie.

“Los franceses, realmente, están a favor de que se aprieten de nuevo las tuercas ante la covid-19. Quieren que se prohíban más cosas. Un nuevo confinamiento incluso casi les tranquilizaría”, decía antes del anuncio del toque de queda el veterano politólogo Roland Cayrol. “La idea de los franceses como defensores de las libertades es un chiste. Tienen miedo y quieren que el Estado actúe”.

Macron lo ha entendido. El presidente se ha transmutado de líder liberalizador en líder protector, convencido —como el pensador decimonónico Alexis de Tocqueville a quien suele citar— de “la pasión ardiente, insaciable, eterna, invencible” de los franceses por la igualdad.

La capacidad para proteger a los franceses ante la pandemia sin que aumenten las desigualdades ni haya un sentimiento de injusticia —regional o de clase— podrá evaluarse cuando acabe el toque de queda. La amenaza terrorista es más compleja.

Sin alternativa

El 2 de octubre, el presidente presentó en un discurso un plan contra el “separatismo islamista”. La muerte del profesor Samuel Paty corrobora algunos de sus diagnósticos —la agitación de grupos islamistas o el papel central de la escuela en la defensa de la República—, pero aumentará la presión para que convierta las palabras en acciones concretas.

A la oposición le cuesta articular alternativas. Los poderes constitucionales de la V República permiten a un presidente con mayoría en la Asamblea Nacional decretar a discreción sobre confinamientos y desconfinamientos. Se escuchan, en la derecha y la extrema derecha, críticas por la supuesta laxitud gubernamental ante el islamismo radical, pero pocas propuestas más allá de medidas drásticas posiblemente inconstitucionales.

“Estamos en guerra”, dijo Macron en marzo cuando la pandemia golpeó Francia. “No pasarán”, declaró el viernes tras la decapitación de Paty. La retórica parece intercambiable; los combates son distintos.


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