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Ni judío, ni con dos títulos universitarios, ni hijo de una superviviente de las Torres Gemelas: las mentiras acorralan al republicano George Santos

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George Santos, rodeado por periodistas el jueves 26 de enero de 2023 en los pasillos del Capitolio en Washington.SHAWN THEW (EFE)

Presunta víctima de un intento de asesinato por motivos políticos en 2021, perpetrado a plena luz del día en la Quinta Avenida de Nueva York. Modelo inédito en la principal pasarela de moda de la Gran Manzana. Supuesto judío, descendiente de ucranios que se refugiaron en Brasil huyendo del Holocausto. Titulado inexistente de dos facultades neoyorquinas, además de jugador fantasma del equipo de voleibol de una de ellas. Falso empleado de dos importantes firmas de Wall Street. Las identidades y peripecias vitales con que ha adornado su currículum George Santos, de 34 años, congresista republicano por Long Island (Nueva York), hacen buena la retórica de la verdad alternativa, esa ficción populista en la que una verosimilitud de brocha gorda suplanta el marchamo de la realidad inapelable. De todas las falsedades de su estela, apenas las fotografías que le muestran en un concurso de drag queens en Río de Janeiro, hace 15 años ―en el que lamentó no llevarse el premio por su pobre vestuario―, pueden considerarse ciertas.

La realidad forjada por Santos, cuya elección, y la de otros tres correligionarios, en un Estado tradicionalmente demócrata contribuyó a dar la mayoría de la Cámara de Representantes a los republicanos en las elecciones de medio mandato, se ha ido desmoronando a medida que los medios desinflaban sus fabulaciones. Ni es judío, como dijo para granjearse el apoyo de la importante comunidad hebrea de Long Island; ni fue una estrella del voleibol en sus años de universidad, ni su madre trabajaba en el World Trade Center y sobrevivió al atentado de las Torres Gemelas, según sostuvo para ganarse la conmiseración de sus votantes. El personaje Santos es una suma de datos tan llamativos como fáciles de desmontar, lo que añade estupor a su mistificación, opinan sus detractores, entre ellos algunos republicanos.

La deconstrucción del Santos real no le impidió recoger el acta de congresista el pasado 3 de enero, sin que la dirección del partido haya resuelto cómo frenar una bola de nieve que crece con los días, con potenciales escándalos como la financiación de su campaña, jalonada por un sinfín de gastos sospechosos justo un centavo por debajo del límite que requiere una factura, o sus vínculos con un empresario primo de un oligarca ruso sancionado. Utilizar en vano una filiación como el judaísmo le ha puesto en el punto de mira de la influyente comunidad judía; también en el de la comunidad LGTBQ, por sus posturas ultraconservadoras y por haber ocultado que estuvo casado con una mujer hasta 2019 pese a declararse ahora abiertamente gay y comprometido con un hombre. La fiscal de distrito del condado de Nassau, al que pertenece su acaudalado distrito electoral, abrió a finales de diciembre una investigación sobre “las asombrosas invenciones e incoherencias” de su historia, que le “desautorizarían” como congresista. La fiscal es también republicana.

En diciembre, un mes después de ser elegido, sonó la primera voz de alarma. El diario The New York Times refería sendas irregularidades del currículum de Santos, su ficticia formación universitaria y su inflada experiencia laboral. Inmediatamente después, el periodista Andrew Silverstein desmontó sus raíces judías; más tarde, la mentira de que su madre sobrevivió al 11-S. “Cuando leí el artículo del The New York Times, estaba trabajando en un reportaje sobre supervivientes del Holocausto, entre ellos un judío ucranio cuya familia vive casualmente en el distrito de George Santos. Estoy familiarizado con las historias de supervivientes y la de su familia me pareció poco probable. Confiaba en que, si era cierta, podría encontrar pruebas fácilmente. Como no pude, seguí indagando y encontré pruebas de que ambos abuelos [maternos] habían nacido en Brasil antes de la II Guerra Mundial”, explica Silverstein.

Lo de su ascendencia judía intentó solucionarlo con un juego de palabras en inglés de difícil traducción al castellano: en vez de judío (jew), se declaró “relacionado con judíos” (jew-ish), y aludió de nuevo a los ancestros de su madre, la supuesta superviviente del 11-S. “Las falsas conexiones con sucesos trágicos”, recalca Silverstein, “suponen un intento de rentabilizar el dolor con fines políticos, y eso es lo moralmente inaceptable”. “He recibido correos con reacciones de descendientes de supervivientes del Holocausto y están muy enfadados”, añade el periodista neoyorquino, a quien no le resultó difícil probar que sus abuelos no eran refugiados judíos del Holocausto, lo que corrobora el desdén a los hechos sobre el que Santos construyó su figura. “Demostrar que su madre no estaba en Nueva York el 11-S requirió solicitar documentos al Gobierno, lo que llevó algún tiempo”. Ese día de septiembre de 2001, Fatima Devolder estaba en Brasil.

Nadie, ni los líderes de su partido, ni los demócratas, ni los medios, descubrieron sus mentiras antes de las elecciones de medio mandato del pasado noviembre. Una vez descubierto el engaño, “hay investigaciones abiertas a nivel local y federal. También un caso en Brasil [por el uso de un talonario de cheques robado]. Algunos republicanos, sobre todo los de Nueva York, no le quieren en el Congreso, pero el presidente de la Cámara, Kevin McCarthy, sólo ha dicho que será expulsado, o invitado a renunciar a su escaño si el comité de ética que le investiga le halla culpable de un delito. Puede llevar años”, apunta Silverstein.

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Favor con favor: la tibieza de McCarthy puede deberse al apoyo de Santos en la ardua votación como líder de la mayoría republicana de la Cámara. Políticamente, Santos se sitúa en el lado ultra de los republicanos; en su día se ufanó en sus redes sociales, con fotos, de asistir a la lujosa velada de Fin de Año en 2020, el primero de la pandemia, en la residencia de Donald Trump en Florida, a raíz de la cual afirma haber sido objeto de acoso por sus rivales y del supuesto intento de asesinato en Nueva York unos meses después. Esta semana rehusó asistir a una recepción ofrecida por el presidente Joe Biden en la Casa Blanca a los nuevos miembros del Congreso; con él, algunos de los que más torpedearon la elección de McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes. El portavoz arremetió esta semana contra los periodistas que le preguntaban por qué sigue defendiéndolo. La destemplada respuesta de McCarthy fue que Santos ha sido elegido legítimamente.

Su última trola conocida es la de haber desfilado, supuestamente, en la pasarela de la New York Fashion Week, según un hombre que compartió piso con él y su familia en 2013. Santos se hacía llamar entonces Anthony Devolder, el apellido de su madre, y aseguraba a la fuente que iba a posar para la revista Vogue. También, supuestamente, engañó a un veterano que había recaudado unos pocos miles de dólares para tratar a su perro enfermo. Delirios de grandeza, engañifas y mentiras patológicas: la enésima vuelta de tuerca al universo de verdades alternativas que el sector más radical de los republicanos viene ensayando desde los tiempos del Tea Party. Tanto Santos como su compañera de filas Marjorie Taylor Greene, exponente de la facción más ultra del partido, acaban de ser promovidos a sendos comités del Congreso. Como si lo improbable, por bizarro, se hubiera hecho con el control del relato.

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