EL PAÍS

Sobre héroes y jueces como tumbas: el discurso de Biden desde dentro del Congreso

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Asistir desde la tribuna de prensa (galería, en la jerga washingtoniana) al discurso del Estado de la Unión se parece mucho a ver tocar a una orquesta un par de metros por encima del lugar desde el que el director/orador, el presidente Joe Biden, lo pronunció este martes por la noche. Pegados a su batuta, en primera fila, estaban las cuerdas: los violines (los miembros de su gabinete) y las violas: magistrados presentes y pasados del Tribunal Supremo, que fueron los únicos que permanecieron mudos como tumbas durante el concierto, impasibles por la obligación obvia a la neutralidad política implícita en sus cargos.

Tras ellos, se sentó el resto de los intérpretes: clarinetes, tubas, flautas, oboes o percusionistas demócratas (a la derecha) y republicanos (izquierda). Esta noche era más fácil distinguir a unos y otros que de costumbre.

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Los primeros se levantaban para aplaudir como equipados con un resorte en las piernas mientras Joe Biden repasaba los logros de sus primeros dos años en la Casa Blanca y llamaba a la unidad para seguir ahondando en su agenda. Era su segundo discurso como presidente y también una prueba a sus capacidades en duda para presentarse la Casa Blanca, pese a su avanzada edad (cumplió los ochenta en noviembre) y pese a que las encuestas no hablan precisamente de entusiasmo de los votantes, propios y mucho menos ajenos, ante la idea.

Los segundos, una compacta marea de corbatas y trajes oscuros, miraban sus móviles y pensaban en sus cosas; la lista de la compra, el partido del fin de semana, la cita con el médico… A ratos, despertaban de su letargo y, por grupos, jaleaban por alusiones parte del discurso, cuando el presidente repasaba las medidas que algunos de ellos apoyaron en estos dos años de brega parlamentaria en los contados casos de bipartidismo que se permiten en los tiempos de polarización que corren.

En medio de la atonal sinfonía, de vez en cuando, la orquesta acertaba con la misma nota, cuando el director daba paso a algunos de los solistas de la noche: la lista de invitados a una solemne ceremonia que se ha celebrado en 98 ocasiones en la Cámara de Representantes, que, de tan gélida pareció más bien una cámara frigorífica (poner el aire acondicionado a tope: otra arraigada tradición política estadounidense).

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En la tribuna de los agasajados, estaban Bono, cantante de la banda irlandesa de rock U2 y activista global de cabecera, sentado al lado de Paul Pelosi, marido de la demócrata Nancy Pelosi. Esta atendía al discurso del presidente por primera vez desde el foso que cedió su puesto como speaker del Congreso al republicano Kevin McCarthy, a quien, por cierto, se le vio disfrutar como un niño con un juguete nuevo; concretamente, ese juguete era un mazo con el que llamó al orden durante una sesión que transcurrió en términos razonablemente civilizados.

Paul Pelosi sufrió el pasado mes de noviembre el ataque de un fanático que se presentó en la residencia conyugal en San Franciso en busca de su esposa y armado con un martillo. Biden lo citó para hablar de los peligros que, a su juicio, acosan a la democracia estadounidense por episodios como ese. Esa amenaza es uno de sus temas fetiche, que aprovechó para citar el asalto al Capitolio (tardó, eso sí, 36 minutos en cita el nombre de Donald Trump). Durante el ataque, Pelosi sufrió una fractura craneal, y acudió al discurso tocado por un sombrero, pese a que las reglas de la cámara lo prohíben.

A la izquierda de Bono y Pelosi estaba Brandon Tsay, el joven “héroe” de 26 años que durante las recientes celebraciones del Año Nuevo chino, desarmó al tipo que acababa de matar a 11 personas en una sala de baile de Monterey Park (California) y evitó una tragedia aún mayor. A la derecha, escuchaba las palabras del presidente Oksana Markarova, la embajadora ucrania en Estados Unidos. Ya la invitaron el año pasado, cuando el primer discurso de Biden llegó a los seis días de la invasión rusa de Ucrania. Casi un año después, el final de la guerra se antoja lejos, pero el compromiso estadounidense con la causa de Kiev se mantiene inquebrantable.

Un poco más allá se sentaron RowVaughn y Rodney Wells, madre y padrastro de Tyre Nichols, un joven afroamericano de 29 años al que cinco policías, también negros, de Memphis, dieron una paliza mortal. Hace solo unas semanas los Wells solo eran dos ciudadanos anónimos con problemas anónimos. Este martes, se presentaron ante el país como la prueba viviente de un problema que urge resolver: el de la brutalidad policial. Biden pidió a los congresistas que aparcaran sus diferencias y sacaran adelante una ley atascada en el Capitolio desde hace dos años.

Al final del discurso, que se acercó a la hora y veinte minutos, RowVaughn Wells estaba sentada en un pasillo del Congreso, con la cara cansada y las lágrimas secas, como después de haber superado una nueva parada de su particular viacrucis de tragedia y atención mediática.

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