Verstappen paga los platos rotos

Verstappen paga los platos rotos

Eran las ocho de la mañana en Monza. Sus aceras amanecían con el color rojo de las camisetas y gorras de los aficionados de Ferrari que ya caminaban hacia el Autódromo. Por la carretera ya había colas en los accesos. Era un día grande para los miles de fans que llenaron las gradas. Entre la multitud, muy pocas camisetas ‘orange’ en casa del rival, distinto a todos los Grandes Premios, con gradas llenas de naranja sea el país que sea. Estaban en tierra hostil. Algunos se atrevían a vestir los colores de Red Bull, pero eran imperceptibles entre tanto rojo. Era un día de ilusión. Los ‘tifosi’ no solo soñaban con el triunfo de Ferrari con Leclerc saliendo desde la pole. Creían que era posible.

Esa misma ilusión se palpaba en el ambiente de un paddock repleto de políticos, actores, cantantes y más invitados que en muchas citas. Nadie quería perderse el día en que Ferrari podía sacarle una sonrisa a su afición con un triunfo en casa que pudiera salvar su año. Había estrellas del AC Milan como Giroud o Rafael Leao, la mayor influencer mundial, Chiara Ferragni, junto a su inseparable Fedez (cantante italiano), los actores Hugh Grant y Liam Cunningham, el campeón olímpico en salto de altura, Gianmarco Tamberi, el ex entrenador madridista Fabio Capello, e incluso Sylvester Stallone, entre muchos otros. Precisamente, Leclerc aparecía en la parrilla como si de Rocky se tratara. Toalla al cuello, flotaba por el tremendo apoyo de la grada. Se le veía crecido y decidido a hacer algo grande.

El presidente de la República Italiana también estaba en Monza, acompañado de sus guardas, los imponentes Corazierri, de más de dos metros, cubiertos por un casco medieval con crin de caballo detrás. Y no podía faltar Andrea Bocelli, que vivió un día para olvidar por un problema con la música que le dejó sin cantar el himno italiano como tenía previsto. El enfado del cantante, según contaron a MD, fue monumental. Igual que el de la gente que finalmente se quedó sin ver el final de infarto que querían por un cúmulo de errores de dirección de carrera y los procedimientos de seguridad.

Sylvester Stallone, ayer en Monza con Max como invitado

Mark Thompson / Getty

El público no podía creer que la carrera acabase tras el ‘Safety Car’. Volvieron a soñar por unos instantes, con una relanzada. Pero esa vuelta no existió. Empezó entonces una enorme pitada. Y cuando Verstappen cogió el micrófono como ganador del GP de Italia, gran parte de la grada principal la tomaba con él con un ensordecedor abucheo. 

“No, esto no”, decía un periodista veterano en la sala de prensa. “En los estadios, vale, pero en un circuito, no. Esto no es fútbol”, añadía. Max Verstappen no tuvo la culpa de que dirección de carrera tardara más de lo debido en sacar el coche de seguridad, que el coche de Ricciardo no se moviera tras quedarse parado en un punto en el que la grúa no podía operar. Tampoco que el tractor que quitó el coche lo hiciera perdiendo más tiempo de debido. Ni que esa operación de seguridad estuviera validada cuando no debía estarlo. Ese final se pudo evitar y hay múltiples culpables. Pero a Max le tocó pagar los platos rotos.

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El podio de ayer en el GP de Italia de F1 2022

Mark Thompson / Getty

Apoyo incondicional

Al contrario de lo que sucede en la mayoría de campos de fútbol cuando un equipo cae derrotado por enésima vez, nadie se marchó, ni antes de tiempo, ni tras la carrera. La gente no faltó a su cita con la invasión de pista típica en este lugar. Pese a la derrota, desplegaban de nuevo el gran corazón con el escudo de Ferrari que siempre reina en el final de fiesta de Monza, y otras dos grandes banderas. Y encendían sus bengalas rojas. Y cuando Leclerc empezó a hablar, tuvo que parar ante un ensordecedor “Oe, oe, Leclerc, Leclerc…”. Como dijo Marc Gené a MD, los ‘tifosi’ son un apoyo incondicional. A las duras y a las maduras. Se lo agradecieron Sainz, muy aplaudido, y Leclerc, bajando a firmar autógrafos durante un largo rato a la recta de meta. 

Y la sorpresa final: todos enloquecieron al ver al que fue su gran rival hace unos años, Lewis Hamilton, bajando a la recta a darse un baño de masas. De ser abucheado hace años en Monza, a darle cariño a una afición que necesita alegrías. Pura F1 en un circuito del que se desconoce su futuro a partir de 2025. Podría alternar su presencia en el calendario con Imola, pero quién sabe. Trazados con tanta historia y una hinchada única deberían ser patrimonio de la F1




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